En algún momento de mi vida, quizás muy lejano, tal vez a la vuelta de la esquina; conocí a un cazador de mariposas. Un cazador de mariposas muy peculiar. Se puede uno imaginar alguien con aire campestre, aventurero y con mirada soñadora. Y de todo esto solo acertar en lo de la mirada. Porque este cazador de mariposas, es cosmopolita, gran maestro de la buena adulación y eso si, con una eterna mirada de ensoñación. Como si no podría gustarle cazar mariposas?.

Le gusta cazarlas, no tanto por el hecho de contemplar su belleza, su delicado colorido, tan distinto en cada una; sino por el placer de ese agradable cosquilleo que producen en el estómago. Esa sensación de vuelta a la juventud, a la adolescencia, donde el primer todo nos regalaba ese cosquilleo mágico, ese vuelo de mariposas en el estómago. Será tal vez por eso, por lo que le gusta cazar mariposas; quizás no tanto por sentirse eternamente joven, sino querido, amado, en la eterna búsqueda de lo que una vez perdió.

Tal vez por esa misma razón, nunca aprisiona a ninguna mariposa. Después de haber disfrutado del dulce aleteo irisado, abre sus manos lanzando al vuelo a la mariposa, devolviéndola al mundo. Quizás porque tiene estanterías repletas de recuerdos, y no tiene espacio para otra cosa. Y que mejor recuerdo que el leve aleteo de una mariposa, la sensación mágica que se siente, el revoloteo de nuestras mariposas en nuestro interior.

¿Alguna vez se dará cuenta de que la mariposa más valiosa es la que nunca se quiso ir; la que eternamente está en su ventana?.

En algún momento de mi vida... conocí a un cazador de mariposas...