Yo era tuya y tú lo sabías.
Tuya desde el cigoto hasta el medio siglo,
tuya desde la primera nota del alba en las pupilas
hasta el velo oscuro de la noche sobre mi cuerpo.
Tuya desde mi infierno
hasta la oración desesperada por tu ausencia.
Yo era flor silvestre que soñaba con abejas
y tú fuiste rocío que fortaleció mi escencia,
que volvió alas mis hojas
y abanicos encarnos mis pétalos.
Pero fuiste también primavera fugaz
y arroyo que volvió a su cauce.
Yo era tuya
y a mi pesar, aún lo soy,
y la flor...
la flor: estolón envilecido
y raíces de uñas rotas
aferrándose a la vida
esperando tu regreso
desde que te has ido.
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